¿Cómo educamos buenos padres?

Su rostro dejaba entrever una gran angustia y preocupación. No sabía qué estaba pasando y tenía miedo

Cristian, un papá con un solo hijo varón, se planteaba la posibilidad de que a su hijo le ocurriera algo.

Su hijo Matías de 3 años jugaba con sus hermanas a cambiar pañales a una muñeca. Cuando indagué, si era que él también cambiaba pañales a sus hijos y recibí su respuesta afirmativa, sólo le dije: “tu hijo está jugando a ser papá. Su papá”.

El alivio recorrió su rostro como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Su hijo, sólo jugaba a ser papá, el papá que colabora en la casa cambiando pañales, dando de comer, cocinando, etc.; siendo un padre que asume las tareas domésticas como donación personal hacia sus hijos.

Esto también es una cualidad paterna, el proveer y prever lo necesario para el sustento material y espiritual.

Es entendible que aquella preocupación se fundamentara en las corrientes modernas de “estereotipias” ideologizadas. Sin embargo, la asistencia paterna es realizada de modo paterno, y la asistencia materna de modo materno. El padre cambia pañales como padre y la madre como madre. Sólo lo relacionado al imperativo procreativo es reservado a la madre en cuanto tal y al padre en cuanto tal, funciones que no son intercambiables, como muchas otras funciones paternas y maternas, que están unidas a su condición sexuada de cuerpo y alma.

Primero hijos, luego padres.

Hemos visto a lo largo de esta serie de artículos, tanto los efectos producidos por la ausencia paterna y las múltiples heridas causadas en los hijos. Por otro lado incursionamos, de manera general, sobre los aportes que realiza un padre, constatando que la presencia efectiva de un padre es la llave para la madurez afectiva y de la personalidad del hijo.

Ahora bien, aunque reconozcamos esta importancia, debemos lograr que muchos padres acepten y vivan su paternidad plenamente, ya que esta influirá en el modelo educativo que plasmarán sus hijos en sus hijos. El problema que nos surge es, ¿cómo hacer que los padres eduquen a sus hijos para ser padres y buenos padres?

Intentaremos aproximarnos a una respuesta.

En primer lugar, ningún padre nace sabiendo ser padre, ya que, en el orden natural, primero se es hijo y después se es padre, es decir, nadie es padre sin ser hijo antes. La paternidad y la filiación se encuentran íntimamente ligadas la una de la otra.

Por otro lado, la paternidad nace junto con la maternidad. El padre es el que hace que la madre sea madre y la madre hace lo propio con el padre. “La filiación exige la paternidad y la paternidad exige la filiación. Es el nacimiento del hijo el que, respectivamente, constituye a la mujer o al varón que le engendraron en madre y padre. Sin hijo no habría ni lo uno ni lo otro.

Del mismo modo que no hay hijo sin padres, tampoco hay padres sin hijo.” Es decir, tenemos distintas realidades entremezcladas e interdependientes entre sí: la filiación, la paternidad y la maternidad. En este caso sólo nos detendremos en la filiación y la paternidad.

En segundo lugar, así como se acepte y viva la filiación probablemente se viva la paternidad en cuanto llegue el momento, ya que, como expresa Polaino Lorente “las personas son simultánea y/o sucesivamente padres e hijos” . Pero he aquí que estamos en una encrucijada.

Ningún padre ha sido educado para ser padre, y esto es totalmente acertado. En realidad deberíamos decir, que ningún padre fue educado conscientemente para la paternidad, ya que para educar para la paternidad, se debe educar primero en la filiación. La virtud de la piedad exige mutuamente, y al mismo tiempo, la virtud paterna y la filial.

“De aquí también la conveniencia y pertinencia de educar a los hijos en la paternidad y la filiación, una asignatura pendiente desde un tiempo multisecular. Y eso a pesar de que paternidad y filiación se exijan mutuamente.”

Este es uno de los desafíos que nos propusimos con esta serie de artículos: demostrar que la educación en la filiación logrará una acertada educación para la paternidad. Como reflejan estas palabras de Assirio:

“Si la persona que debe ejercer la paternidad no se reconoce como hijo, difícilmente pueda ser padre. Sencillamente porque no ha vivido personalmente la paternidad como hijo. (…) Y esto es así porque, asumir la propia filiación consiste en reconocerse como único e irreductible a los ojos de Dios. Sólo de ese reconocerse como hijo de Dios (a nivel personal) surge la paternidad humana (a nivel esencial) como encargo divino. En definitiva, si no se sabe ser hijo, no se puede saber ser padre.

Educar hijos para ser padres

La educación paterna es una dimensión más de la educación de los hijos. Los padres educan primero con su ejemplo, es decir, son causa ejemplar de sus hijos. Esta es una de las primeras claves de este tema. Si bien ningún padre advierte conscientemente que fue educado para la paternidad es porque no fue educado de manera directa sobre esta arista, ya que el ser padre o ser madre no es simplemente lo mismo que ser generoso o responsable, que son virtudes que se pueden educar con simples repeticiones de actos, sino que es un modo de ser, que se transmite. Es un cúmulo de virtudes reflejadas y añejadas en lo profundo del modo de ser. Es decir, si es que vale el término, es una educación ontológica, una educación en su mismo ser, que será manifestado y transmitido a sus hijos del mismo modo.

Entonces podríamos decir que, en primer lugar, la educación para la paternidad, si bien no es consciente ni intencional, debería serlo, para poder ser más efectiva a la hora de transmitirla.

En segundo lugar, como es una especie de segunda naturaleza, esta debe estar regada de virtudes que son las que darán esa segunda naturaleza; esto marcará la diferencia entre un buen padre y otro que no lo es.

Y en tercer lugar, tomando conciencia de la importancia de la ejemplaridad, acometer en este sentido de manera asertiva. Vaya tarea para los padres que deberán velar día noche por el ejercicio de sus virtudes, para que sus hijos aprendan como es ser padres y madres, puesto que el primer modelo de maternidad y paternidad que tienen nuestros hijos es el de sus propios padres. Y de aquí los hijos aprenden a ser padres a través de lo que observan en el comportamiento de sus respectivos padres.

“Todavía más: cada hijo o hija sufre el impacto de la filiación, además de en función de otras muchas variables, en dependencia de la forma en que sus padres han entendido la maternidad y la paternidad.”

Los hijos aprenderán de sus padres a tratar a sus futuros hijos, al mismo tiempo que asumen su papel de hijos. Es decir, aprendemos la filiación y la paternidad de dos profesores diferentes y complementarios, papá y mamá. A su vez, los padres aprenden su paternidad y maternidad de aquellos hijos engendrados y educados.

De aquí la enorme importancia del ejercicio pleno y consciente de la paternidad, ya que tanto la filiación como la paternidad, tienen vocación de eternidad, no se restringen a un mero escenario temporal, se es hijo y se es padre para siempre.

En la próxima entrega veremos las cualidades necesarias de un padre para ser un buen educador de la paternidad.