Los cuatro palitos de Magui. Por Andrés Borbore Muriel

Algunos errores perduran en el tiempo y se incorporan como verdades en la vida social, como axiomas. O como zonceras, diría Arturo Jauretche.

Reloj de Inglaterra con el cuatro defectuoso

Mi hija Magdalena me explicó por qué algunos relojes en vez de tener el número cuatro escrito en romano así: IV, lo tienen así: IIII.

Sucedió hace muchos años, cuando un relojero se equivocó en el número impreso en el aparato y puso directamente los cuatro palitos. Los otros relojeros hicieron lo mismo porque el rey se había enfadado tanto que amenazó con matarlo a ese pobre hombre. Entonces, para que no sufriera ningún daño por ese absurdo motivo, en una incipiente actitud corporativa, todos los relojeros de la época le salvaron la vida a ese artesano de los engranajes que andaba flojo en escritura romana. Y de esa manera llegó hasta nuestros días esa forma de presentar los números romanos en algunos relojes.

Mi hija lo contó de manera magistral. Ella, con gestos inequívocos, pintó en el aire los palitos y las omisiones del afortunado relojero, en medio de la previa de una cena familiar con tres hermanitos varones haciendo de las suyas reviviendo gestas heroicas del deporte balón, teniendo como arco la cocina y la silla que da al pasillo. Con relatos e hinchada incluida. Hasta el pequeño Fredo observaba feliz todo el cuadro sin cansarse de mover la cola. Aun así, con todos esos pintorescos ornamentos familiares, pudo contar esa entretenida anécdota que su profesora de Historia les compartió como un recurso pedagógico. ¡Muy bien por eso!

Tan bien anduvo ese recurso que a mí me hizo reflexionar cómo algunos errores que perduran en el tiempo se incorporan como verdades en la vida social. Es decir, se incorporan como axiomas. O como zonceras, diría uno de los padres del pensamiento nacional Don Arturo Jauretche.

El sistemático desprecio por lo que es nuestro está constituido por numerosos errores que perduran en el tiempo y que dañan, irremediablemente, el sustento de todo proyecto. Conformando así un nuevo modo de esclavitud espiritual ya que se interpela la realidad desde un prejuicio, desde una odiosa forma de pensar.

Así es como se idealiza con desproporcionada magnitud lo que sucede en el exterior. Tan marcado es esto que cualquier comparación que se haga con lo nuestro es para la mortificación, para el menoscabo. Nos convertimos en inquisidores despiadados que descuartizamos todo lo que se pueda considerar común a los argentinos. Nos convertimos en depredadores feroces.

Y se da en cualquier tema y en cualquier tiempo.

Desde el fútbol con Messi, los Héroes con Malvinas, la cirugía cardiovascular con Favaloro, el tango con Gardel, la cardiología mínimamente invasiva con el inventor de los stents Palmaz, la industria automotriz con el Torino o la Rastrojero, la música con Piazzolla, el automovilismo con Fangio o Reutemann, la educación pública con los 5 premios nobel (Carlos Saavedra Lamas -Nobel de la Paz en 1936-, Bernardo Houssay -Nobel de Fisiología y Medicina en 1947-, Luis Leloir -Nobel de Química en 1970-, Adolfo Pérez Esquivel -Nobel de la Paz en 1980- y César Milstein -Nobel de Fisiología y Medicina en 1984), la literatura con Borges, Hernández, Castellani, la Iglesia Católica con el Papa Francisco, la liberación de medio continente con el General San Martín, el petróleo con YPF y así podríamos encontrar casi infinitos ejemplos donde lo que predomina es la destrucción de cualquier incipiente vestigio de recuperar la autoestima argentina.

Muchas veces la pasión nos lleva a perder la mesura y la proporción de las cosas. Nos ensañamos con lo que más queremos, justamente porque lo queremos en demasía y nos importa de veras. Entonces, en vez de idealizar y repetir lo que dicen de nosotros, habría que imitar lo que ellos hacen. Imitar lo que hacen y no repetir lo que dicen.

Para pensarlo… ¿No le parece?