Quinterno y Patoruzú, el particular proceso creativo de… Isidoro Cañones

No todo lo que reluce es oro … ni todo lo que parece argentino es nacional

Dante Quinterno (1909 – 2003), un dibujante y creador historietístico de un talento excepcional, fue el padre de “Patoruzú”.

Aparecería por primera vez en 1928 en el diario “Crítica” como el indio Curugua-Curiguagüigua, recién llegado de la Patagonia, en la tira “Aventuras de Don Gil Contento”, y casi de inmediato su creador le cambiará el nombre por Patoruzú.

Quinterno tiene 19 años cuando dibuja por primera vez a Patoruzú. Es un jovencito, hijo de una familia porteña de clase media acomodada, muy inteligente, con agudo sentido del humor y dotado de un gran talento para el dibujo que, ya a los 15 años, lo relaciona con artistas de renombre que lo triplican en edad y en experiencia.

Del brazo del gran dibujante Diógenes Taborda, amigo del presidente Alvear y a su pedido, como cicerones de personalidades extranjeras –con hábitos de playboys por esos “años locos” entre guerras- recorren, a diario, la noche de Buenos Aires, sus cabarés, night clubs, mesas de póquer y pasión “burrera” (como Isidoro Cañones).

Cuando los chicos de su generación y nivel social transitaban la secundaria, husmeaban los secretos de las muchachas o acometían alguna aventura viajera o musical, Quinterno se iniciaba en los rituales “reservados” de la ciudad. Muy tempranamente comienza a moverse en ese mundo de adultos tan disipados como adinerados y poderosos, en una Buenos Aires que aún gozaba siendo la capital del “granero del mundo”, gracias a la lucrativa exportación de alimentos para la Europa de posguerra.

El joven Quinterno no podía percibir la profunda dependencia económico-política que esa situación traía aparejada, toda vez que tanto Alvear y el “alvearismo”, como los gobiernos de la Década Infame, estarían subordinados a los intereses británicos. Su juventud, su restringido ambiente ciudadano y sus “graciables” y dispendiosas vivencias noctámbulas, lo alejaron del país real y tan sólo pudo apreciar el oropel de la ciudad próspera, moderna, pujante, y la confundió con la Argentina toda, que se arrastraba en la miseria y la desesperación.

He ahí los confines de la “nación” de Quinterno: la avenida General Paz. He ahí la esencia y el alcance de su “nacionalismo”. Y, necesariamente, el de Patoruzú e Isidoro Cañones.

Por eso Quinterno no logró tampoco percibir el fenómeno efectivamente nacional –aunque lleno de imperfecciones- que desarrollaba ante sus ojos el gobierno de Yrigoyen. Y, en consecuencia, en una suerte de sermón político que propina a un apocado Patoruzú, al que comienza tratando de “indio ingenuo” (por "zonzo"), y a un mes del derrocamiento del venerado caudillo radical, Quinterno –que ya tiene 21 años- le hace exclamar a Julián de Monte Pío (cuarto antecesor de Isidoro): “Es por eso que todo argentino que tiene sangre de patriotismo en las venas, no debe faltar a la magna cita: hoy, todo argentino debe concurrir al desfile de los ínclitos milicos que nos salvaron de la tiranía oficialista…”, mientras él, por supuesto, se va a las carreras (tira publicada en “La Razón”, 12/10/1930, bajo el expresivo título de "Patriotismo").

De tal modo que, en realidad, el personaje clave en el proceso creativo de Quinterno, no fue el indio Patoruzú, sino el porteñísimo Isidoro. Patoruzú es un accidente –extraordinario, si se quiere- que se produce en la gestación de Isidoro y que el talento y la perspicacia de Quinterno descubren y potencian.

Observemos el hilo del desarrollo creativo de Quinterno. A los 16 años se le publica la tira “Panitruco Peñaloza” (imagen nº 1, diario “El Mundo”, 1925), un “niño bien” porteño y su barra de amigos juerguistas.

En el mismo año, sale su primer personaje propio: “Manolo Quaranta” (2), un “vivillo” que buscaba ganar dinero sin trabajar. En 1927 crea a “Don Gil Contento” (3, diario “Crítica”), un porteño “optimista” y arribista que pretendía incorporarse a la oligarquía de entonces (aquí, en 1928, aparece Curuga-Patoruzú por primera vez, como pesada heredad familiar que Don Gil asume con generosa alegría, pese a mostrarse ambicioso y aprovechado cuando descubre la riqueza del indio). Le seguirá “Julián de Monte Pío” (4, “La Razón”), otro porteño “piola” y playboy, con ínfulas de millonario industrial y comercial, por supuesto, afecto a la timba, las mujeres y la noche de Buenos Aires, y deudor de medio mundo; a través de un amigo rico, tiene acceso a la “alta sociedad” y a mujeres adineradas.

Patoruzú reaparece en esta tira (1930), aún a medio camino entre el primitivísimo “Curuga” y el que todos conocemos, y también como “herencia” de un tío, que Julián acoge, interesado en su fortuna.

Esta confrontación indio rico - porteño aprovechado logra el primer éxito editorial. En 1930, crea “Pepe Torpedo” (5), otro porteño canchero, pero esta vez fanático de los automóviles, por la época símbolos de modernismo y estatus. También da forma a “Isidoro Batacazo” (6), un desafortunado apostador de caballos –que nunca daba el batacazo-, ilustrando la página de carreras de “El Mundo”. Y, en diciembre de 1935, haría su aparición definitiva Isidoro Cañones (diario “La Razón”), prácticamente con la imagen que aún perdura.

Pero su “padrinazgo” sobre Patoruzú ya no será la asunción de una herencia familiar, sino la imposición de una gitana abyecta que le “lee la mano” al indio (”¡Veo a un hombre cuyo destino está unido al de usté y que guiará sus pasos! Ese hombre es ¡ER SEÑÓ ISIDORO!”). Lo que Isidoro aceptará después, ante la visión de un cofre lleno de dinero que “es una parte” de lo que le dejó su “tata en la Patagonia”, según le explica ingenuamente Patoruzú.

Ése es el punto de partida de la ambivalente e inagotable confrontación entre ambos personajes. Entonces queda claro que, siguiendo este recorrido del ingenio de Quinterno, su búsqueda creativa se nutrió con los personajes de las entrañas de una ciudad farandulera, derrochona, soberbia, cosmopolita y portuaria. No precisamente de la Buenos Aires oligárquica y europeizada, sino de la de sus repliegues, además, non sanctos; que si bien en buena parte se superponen con aquella otra, no son lo mismo. Y por eso, Quinterno, en décadas de producción historietística, no hace alusión a la estructura socio-cultural de la oligarquía tradicional. “Su Buenos Aires” es una imagen edilicia cuasi fantasmal donde deambula una masa amorfa de gente siempre necesitada de la mágica filantropía de Patoruzú, que eventualmente puede proyectarse hacia “un país” (que puede ser o no ser la Argentina) también de difusa identidad.

Pero, en realidad, la historieta sale de allí, vuelve allí, y allí, solo allí, en y desde la ciudad, todo lo demás adquiere significado. Todo: la Patagonia, los Patoruzek, los periplos internacionales, intercontinentales, interraciales, interculturales, etc., tienen su significación allí, en la Buenos Aires de Dante Quinterno. Y el único personaje que encarna, obviamente a su manera, el “espíritu” profundo de esa ciudad, no es otro que Isidoro Cañones.

En próximas notas, avanzaremos sobre esta notable obra de Dante Quinterno.