Las parejas deciden convivir, algunas para ver cómo les va, otros por situaciones económicas y unos más por un descreimiento en el compromiso que implica el matrimonio. La cultura del descarte y el placer ante todo, les deja la tranquilidad de que, ante la menor dificultad, el vínculo se disuelve y si hubo matrimonio los trámites complican la disolución.
El relativismo fue creciendo y
la imposición social del “qué dirán, si no se casan” disminuyó a la par que fue
creciendo el descreimiento en el amor para toda la vida.
El divorcio se fue
legalizando en todo el mundo y separarse dejó de ser mal visto por la sociedad,
lo que facilita la ruptura al no tener que cargar con el estigma de ser un
separado.
Las experiencias infantiles de
hombres y mujeres, con respecto a los matrimonios de sus padres influyen
negativamente, cuando estos vínculos estuvieron teñidos de violencia o
infidelidades. Y la búsqueda de la felicidad sin conflictos, imperante en la
sociedad actual pone en jaque la posibilidad de las parejas de resolver sus
diferencias de manera sana y constructiva.
La gente se casa menos hoy en
día por una variedad de factores, entre ellos, cambios culturales,
prioridades personales y económicas, y nuevas formas de relación.
Pero aún así, las personas,
siguen apostando por un proyecto de vida en común, con un otro con el que
compartir la vida, porque la vida de pareja es intrínseca a la persona humana.
Formar una pareja y vivir con ella, no tiene que ver con imposiciones sociales
o culturales sino con un deseo profundo del ser humano de “ser con otro”. Está
en la esencia del hombre ser pareja, no para completarse sino para
complementarse.
Los hombres y mujeres, desde
los tiempos más remotos de la historia de la humanidad, han buscado
“emparejarse” para luego formar una familia. También desde siempre las
sociedades han utilizado ritos en donde los contrayentes se comprometen uno con
el otro, ante la comunidad a vivir unidos. Aún hoy en las diferentes culturas,
tribus, religiones y tradiciones, se pueden ver diversos modos de celebrar esta
unión.
En nuestra sociedad, el
matrimonio por civil y el matrimonio por Iglesia, y la fiesta, formaban parte
de estos rituales. Y, aunque hoy han disminuido, las personas siguen buscando
formar pareja.
Aunque, la separación implica
un profundo duelo en cada uno de los cónyuges, porque se trata de la muerte del
propio proyecto de vida y la desilusión que provoca la imposibilidad de
solucionar las diferencias. Los que se separan vuelven a intentar una y otra
vez formar pareja.
El día del
matrimonio es una invitación para reflexionar sobre esto.
¿Qué ven los jóvenes
en los matrimonios que no les atrae formalizar y esforzarse por caminar juntos?
¿Por qué la cultura del descarte los empuja a dimitir antes las primeras
diferencias?
El amor para toda
la vida no es el enamoramiento de los primeros meses, sino la decisión
voluntaria de amar más allá de los desacuerdos y sinsabores que la vida
presenta. Es saber que la vida no es fácil, pero si se camina de a dos es más
llevadera.
Es necesario
educar a las nuevas generaciones en un amor verdadero, que los ayude a florecer
como personas, dejar de lado las relaciones utilitaristas del “te quiero porque
me servís”, sino basadas en “te quiero hacer feliz porque te amo”.
El matrimonio es
una alianza entre dos, que se comprometen ante la sociedad para trabajar juntos
en pos de un bien común. Y si la familia es la célula básica de la sociedad, el
matrimonio es el cimiento en donde se asienta la familia, donde crecerán los
hijos que luego van a vivir en la sociedad.
El amor para toda
la vida no es perfecto. Como no somos perfectas las personas. El amor para toda
la vida es perseverante, valiente, confiado y fiel.
Que el día del
matrimonio nos lleve a recordar la ilusión del inicio del amor, para así
transmitir a otros la belleza del matrimonio y la seguridad de que sí se puede
amar para toda la vida.
Lic Luciana Mazzei
Orientadora Familiar